Que la historia se repite parece ser, según muchos, una constante en la historia de la humanidad. Esta idea del eterno retorno, tantas veces revisada y actualizada desde la antigüedad, toma lo cíclico y la intemporalidad como base para la comprensión de las diferentes etapas por las que ha pasado, pasa y pasará la sociedad, y se convierte aquí, con ciertos matices y cargado de una fuerte densidad conceptual, en el bajo continuo que acompaña este proyecto de Miguel Aguirre.
Otoño, verano, invierno aporta una inusual clave de lectura para lo que ha venido a denominarse primavera árabe, en la que las redes sociales y las nuevas tecnologías han tenido un valor determinante, y que ha contribuido a reavivar el debate en torno a los sistemas oligárquicos de poder así como a las relaciones entre Oriente Medio y Occidente o religión y laicismo.
Debido a la fuerte contemporaneidad de estos hechos y a su complejidad para ser analizados con cierta objetividad crítica a través de las imágenes captadas por los mass media y sus mismos protagonistas, Aguirre retomando esta idea de lo cíclico, propone tres obras del cine que relatan hechos producidos en países árabes en momentos históricos diferentes. Reproduce con su pintura algunas de sus escenas, extrapolándolas de su contexto fílmico e histórico y las ofrece como metáforas de las revueltas actuales, como texto a re-significar por el espectador de una forma universal, lejos del posicionamiento histórico y subjetivo del director que además, paradójicamente, en cada filme es de nacionalidad no árabe, y lejos muchas veces también de su espacio físico original: Uzbekistán o Francia son los escenarios para el rodaje y no siempre Oriente Medio. Las películas con las que trabaja son: La batalla de Argel de Gillo Pontecorvo (1966), Faraón de Jerzy Kawalerowicz (1966) y El asunto Ben Barka de Le Péron y Saïd Smihi (2005).
Hay otro punto que enfatizar, la importancia que Aguirre otorga no sólo a las escenas rodadas, sino también al making-of, al equipo de grabación, a aquel grupo de personas que se sitúa al otro lado de la acción y que formaliza su realidad, y que a través de la cámara, de las lentes, es capaz de recrear un momento histórico determinado. Directores, asistentes y técnicos se muestran en varios lienzos como alter ego de nosotros mismos -audiencia- y de los propios testimonios que con sus dispositivos móviles -y no sólo- dejan vestigio de lo que sucede en estas sociedades.
Otoño, verano, invierno es un proyecto en el que Aguirre retoma sus continuos juegos de percepción con los que hace que lo representado pierda su origen primigenio de veracidad, para convertirse en sí mismo y a través de la copia y el simulacro en realidad autónoma, dispuesta a ser analizada y conexionada con y desde el presente. Destaca asimismo su personal visión y rescate del género de la pintura de historia, en la que el servilismo al encargo y a las heroicidades a las que acostumbraba en sus épocas gloriosas, en manos de Aguirre da paso a una visión crítica y despiadada de lo que acontece, una manifestación no idealizada y abierta a la exégesis de momentos clave de la humanidad.
Miriam Aguirre
Madrid, octubre de 2011