Uno de los objetivos de la II Bienal de Fotografía de Lima ha sido poner de manifiesto las múltiples caras de la fotografía como producción cultural, una que se da en momentos y ámbitos distintos y, en cada uno de ellos, asociada con propósitos diversos. En esa línea de reflexión, una exposición como (Mal) Archivo de Miguel Aguirre ocupa un lugar especial en el panorama de la bienal, no solo por la calidad de los trabajos en ella presentados, sino también porque, desde la perspectiva curatorial, ha permitido engarzar dos líneas de trabajo distintas.
La primera de ellas presentó, bajo el título de Transformaciones, una serie de muestras en las que se hacían evidentes los distintos modos en que la fotografía se relaciona con lo real: desde la fotografía periodística a la que estuvieron dedicadas las muestras de Manuel Moral y del archivo de la revista Caretas, a la fotografía vernacular de Nicolás Torres, pasando por una muestra de fotonovela peruana entre 1950 y 1980, la Enciclopedia Gráfica del Perú de Manuel González Salazar y el panorama del Fotolibro Latinoamericano.
La segunda, titulada Transiciones, abordó algunos aspectos del desarrollo de la fotografía artística en el Perú de las últimas tres décadas, e incluyó las panorámicas del trabajo de Luz María Bedoya y de Roberto Fantozzi, así como dos muestras colectivas: La fotografía después de la fotografía y Cuerpo presente. Foto/ video / performance. En conjunto, estas cuatro exposiciones permitieron presentar, de manera bastante sistemática, los cambios recientes en las prácticas fotográficas artísticas para, a partir de ellos, esbozar un panorama de lo que denominamos como el horizonte de lo post-fotográfico, es decir, un amplio y variado conjunto de usos de lo fotográfico con intenciones artísticas que, en su diversidad, rebasa por todos los frentes los límites impuestos a la creación fotográfica anterior, entendida de manera casi monolítica a partir de la especificidad y la autonomía del medio fotográfico.
En este panorama, y si bien fue incluida en el conjunto de muestras de Transformaciones,(Mal) Archivo hace las veces de gozne entre estas dos líneas de reflexión y permite comprender ambas aproximaciones como vías de entrada alternativas a una misma realidad, la de la diversidad actual de lo fotográfico y su manera de amalgamar dimensiones distintas de la experiencia.
El conjunto de trabajos que Miguel Aguirre ha reunido en (Mal) Archivo tiene su punto de partida cronológico en la serie Río, un conjunto de diapositivas turísticas de Río de Janeiro que los padres del artista compraron durante su luna de miel en dicha ciudad. Aguirre escaneó las imágenes y, mediante el uso de Photoshop –pionero en las prácticas artísticas limeñas de ese entonces–, se introdujo, como una suerte de actor invitado, en las escenas de las diapositivas y se convertía, así, en espectador privilegiado de su propio origen.
Este gesto, a la vez sencillo y contundente, no solo abriría para Aguirre una amplia veta de exploración y creación, sino que pondría en relación dos ámbitos que, hasta entonces, habían sido prácticamente compartimientos estancos sin mayor vinculación entre sí: el de las prácticas artísticas y el de la fotografía incidental y casera. Con ello, puso en jaque buena parte de los preceptos de la práctica de la fotografía artística y allanó el terreno para la exploración de lo fotográfico como un medio dúctil para el trabajo de corte conceptual y para su comprensión como producción cultural más allá de las hasta entonces habituales consideraciones sobre la autoría, la originalidad, la búsqueda estética o la compartimentación de la práctica fotográfica en géneros que se asumían como disímiles y de distinta jerarquía o dignidad. En suma, una revolución.
Si bien series como Luna de miel o El buen Fausto, incluidas en (Mal) Archivo, siguieron la veta abierta por Río, la muestra incluye otros trabajos de Aguirre que están emparentados por su vinculación con lo fotográfico como medio y/o por su exploración de temas afines a los desarrollados en estas exploraciones. Así, lo que tenemos aquí son una serie de trabajos que, presentados a modo de antología, comparten entre sí un vínculo que se puede describir como ese aire de familia con el que Ludwig Wittgenstein describió las relaciones entre los significados de los lenguajes naturales en sus Investigaciones filosóficas: es decir, no una relación de categoría (ni categórica) o programática, sino una serie de visiones emparentadas por un conjunto más o menos abierto de criterios y preocupaciones. Muy al modo de los campos semánticos de las lenguas naturales, este (mal) archivo permanece abierto e inconcluso pero, a la vez, representa un cuerpo de trabajo que se diferencia, como conjunto, de la producción pictórica de Aguirre y concentra su interés en temas como la relación entre ficción y realidad, la herencia y la memoria, la información, el consumo y la política y, ciertamente, también el lenguaje. Libres de la inevitable gestualidad de la pintura –y su pesoexpresivo–, los trabajos reunidos en (Mal) Archivo se sirven de lo fotográfico –y de su relación, a través de la idea misma de archivo, con el diccionario– para abordar, como elementos discretos de un sistema mayor, distintas coordenadas de la experiencia actual, una que se debate entre lo personal y lo mediático. Pero, como todo campo semántico o archivo, ambos por definición abiertos, sirven también para entender el germen de buena parte de la producción del Miguel Aguirre pintor. Y es que adentrarse en un archivo, por más limitado que este sea, es una aventura interminable.
Carlo Trivelli
Lima, julio de 2014