Los últimos meses han estado marcados por la división de la mirada en dos distancias: profundidad y primer plano. La profundidad se ha asomado en los escasos momentos en los que se ha podido observar el horizonte. Salir a la calle y levantar la vista, valorar la experiencia social bajo luces renovadas, notar los pensamientos atravesados por la proyección constante de un futuro por llegar. Sin embargo, el primer plano ha imperado: la vista apenas alcanzando la pared de los interiores domésticos durante gran parte del año, la escasa distancia desplegada entre los ojos y las pantallas. Ha predominado, en general, una imposibilidad de mirar más allá de lo inmediato, no solo en su dimensión más literal; pues el futuro se ha presentado, se presenta aún, incierto.
La propuesta de Miguel Aguirre surge del diálogo entre esta corta y larga distancia de la mirada, abarcando la experiencia autobiográfica y personal del artista, así como el plano histórico y social en el que se inscribe. La dimensión más íntima e inmediata que ha traído la experiencia de los últimos meses y la posibilidad de observar con distancia crítica sus consecuencias.
Las obras presentadas se pueden entender como la representación figurativa y metafórica de la vida durante parte de este último año: la distancia entre los cuerpos, la imposibilidad del contacto físico cotidiano, la virtualización de las prácticas laborales que antes eran presenciales y la hiperconectividad a través de dispositivos tecnológicos que toman ahora un lugar central como forma de socialización.
A inicios del confinamiento impuesto en Lima, Aguirre encuentra en la plataforma Instagram una vía para documentar la dimensión visual de su experiencia. Los planos detalle, texturas y colores del interior se combinan con planos más abiertos de los momentos en los que sale a la calle. Tomándolo como base surgirán una serie de obras que componen un diario visual. La pluralidad de medios responde a esta lógica de intentar dar cuenta de una experiencia fragmentaria.
Las pinturas Día 49, Día 49 (Exagono) y Día 83 (El jersey de mi padre), resultado de la cohabitación del artista con sus padres durante los primeros meses de confinamiento, dan lugar a la exploración de una dimensión más íntima y familiar de su práctica. Así mismo, el retablo Día 41 / Día 70 / Día 30 o Los que marcharon, realizado en colaboración con el artesano Manuel Trini, da acceso al día a día del interior de un hogar donde las sábanas cuelgan a la espera, como anunciando un tiempo muerto.
Este conjunto de obras, lejos de resultar anecdóticas, introducen un potencial disruptivo en la lógica de la exhibición al dar un lugar a la dimensión afectiva y al disfrute de la práctica misma de la pintura dentro del recuento crítico de un contexto como el actual. En su texto Fear of happiness la poeta Louise Glück aboga por la importancia de otorgar un lugar a las actividades cotidianas placenteras como parte esencial de un proceso creativo, en oposición a posturas más solemnes que ubican en el sufrimiento la fuente de la creatividad: ‘Ocasionalmente algo proporcionará placer, cautivará, distraerá o entretendrá, consiguiendo, por usar esa aterradora palabra, desarmar’. Las percepciones inmediatas del espacio cotidiano serán así reivindicadas ante la ineludible reclusión.
En el tríptico compuesto por las obras Día 64 / Día 69 / Día 62 o Luna-satélite-anillo, los tres círculos se presentan como parte de la nueva visualidad urbana que encontramos en Lima durante los meses recientes, donde las tiendas y locales comerciales señalan en el suelo con pintura el lugar donde los clientes deben ubicarse a fin de guardar la distancia social requerida. En esta obra, si bien ese primer gesto de mirar al suelo nos confronta con la realidad más cruda, al mismo tiempo da lugar a un ejercicio de abstracción donde la mirada se aleja y los círculos toman forma de cuerpos celestes.
Las obras El martillo y el bailez, Cola y Día 10, tejidos elaborados en colaboración con Elvia Paucar, artesana heredera de la tradición textil de San Pedro de Cajas (región de Junín), presentan imágenes que tienen como referencia los isotipos de las infografías y diagramas de los artistas del constructivismo figurativo de inicios de las Vanguardias del s. XX. Reactualizando la exploración de las Vanguardias sobre la relación entre cuerpo y espacialidad, los tejidos exploran, a través de una estética sencilla, cómo el cuerpo y la actitud se ubican ante la nueva situación.
Si en el s. XX los trabajadores de las fábricas resultaban alienados por las condiciones de trabajo, en el presente se le suma además una serie de sofisticadas vías para modelar el comportamiento, los movimientos y las acciones. En Día 89 Aguirre toma como referencia el poster de Augustin Tschinkel, donde los personajes alaban un plato de comida como la gran promesa para el proletariado, reemplazando ese lugar libidinal por la conexión a internet y las redes sociales.
Los trabajadores representados se hallan entonces doblemente aislados. No sólo de manera física a través de los mecanismos de control laboral, sino también a través del deseo, con los ojos ‘puestos’ en las promesas del sinnúmero de imágenes, videos y mensajes que fluyen en las redes. En estas imágenes, la nueva dimensión que -junto con las fórmulas de explotación tradicionales- trae el capitalismo avanzado, tiene nombre propio. No se trata simplemente de la ‘tiranía de la tecnología’, como en ocasiones de manera general se enuncia, sino que se señalan una serie de agentes concretos, lo cual nos permite acceder a un mapa más preciso de la alienación contemporánea.
El teórico cultural Mark Fisher defiende esta idea al afirmar la necesidad dedesenmascarar el hecho de que el capitalismo reclama para sí el monopolio sobre el desarrollo de la tecnología y el deseo, entendiendo este último como exclusivamente enfocado en el consumo. Fisher abogaría más bien por “la construcción de una modernidad alternativa, en la que la tecnología, la producción en masa y los sistemas impersonales de gestión se despliegan como parte de una esfera pública rehabilitada”.La muestra de Aguirre despliega una vía hacia el cuestionamiento sobre cuáles seríanlos mecanismos de control del presente al mismo tiempo que evita caer en la nostalgia por un pasado pretecnológico más auténtico o real.
Bajo esta lógica se lee también la decisión de aunar arte, diseño y artesanía en una misma propuesta. Esta última, lejos de encasillarse en un pasado andino idílico, rompe con la dimensión temporal asignada habitualmente a este medio ampliando sus posibilidades de ser pensado en el presente. Y esto es algo que va en ambas direcciones. A nivel de la producción, las obras son realizadas de manera colaborativa con maestros artesanos, rompiendo con el modelo de autoría y creación individual presente en el arte contemporáneo y permitiéndonos imaginar nuevas fórmulas en lo que respecta al propio medio.
Retomando la premisa inicial, la muestra de Aguirre transita en orden no lineal entre el primer plano y la profundidad de una memoria vivida. Desde su dimensión más personal hasta el reconocimiento de las implicancias sociales y políticas, captura cercanías antes no visibles para poder proyectar la mirada hacia condiciones ultra-presentes.
Paula Eslaba
Lima, enero de 2021